15 julio 2012

EL MAESTRO ROSSITO

Fuente: El Rincón de Raúl Porto Cabrales

Mario Rossito
EL  MAESTRO, EL INDOMABLE MARIO ROSSITO, un guerrero de los rines de Colombia y el mundo, un Boxeador de Furia salvaje. Recuerdos de uno de los grandes del Boxeo Colombiano, hoy se muere en medio de la indolencia de nuestro sistema de poca atención para nuestras Glorias.


Hace 45 años, la prensa especializada del país lo señalaba como uno de los mejores y más grandes boxeadores colombianos de todos los tiempos. Es Mario Rossito, protagonista de una época gloriosa del boxeo colombiano, el más tenaz de los púgiles nacionales de la década de los 60’s, sin lugar a dudas.  Su nombre se ubica al lado del grupo más selecto en la historia de nuestro pugilismo. Poseía tres cualidades suficientes y básicas para haberse convertido en ídolo, como lo eran fortaleza, maestría y coraje. Por eso fue ídolo.

En sus cejas y párpados todavía se ven las huellas de sus duras refriegas. Pero quien lo abría pagaba cara su osadía. Llegó a ganarse el remoquete del “maestro”. Era el púgil del castigo implacable, el de la rapidez y seguridad con que atormentaba a sus contrarios, el de la furia salvaje que atemorizaba a los más valientes, el que hacía aparecer a sus rivales por buenos que fueran en unos infelices principiantes.

Fueron famosas sus peleas ante los colombianos Geoffrey Paugham, Luis Castañeda, Jack Hernández, Kid Pérez, Elías Liàn, Antonio “Mochila” Herrera, Rodrigo Valdez y Germán Gastelbondo; los venezolanos Cesar Orta conocido como el “Chivo Negro”, Vicente Rivas y el “Morocho” Hernández;  los panameños Valentín Brown,  José Edwin y Esteban Santamaría , el peruano Enrique Dinatali; el brasilero Joao Enrique; los filipinos Bert Somodio y Carl Peñalosa; los norteamericanos Arthur Presley, Joe Brown y Eddie Perkins; los ecuatorianos Rubén Valladares y Eugenio Espinosa, entre otros.

Llegó a disputar un título mundial, cuando en mayo de 1965 en Maracaibo cayó ante la superioridad del venezolano “Morocho” Hernández, en ese entonces monarca de las 140 libras, llegando muy desgastado después de 55 sangrientas batallas sostenidas en 7 años. En total realizó 63.

Con él dialogué hace 20 años, en 1992, en un extenso reportaje del cual traigo algunas impresiones que quiero compartir con los lectores, como estas: “Mi papa era italiano, de Murano, murió cuando yo tenía tres años. Soy cartagenero y no barranquillero como muchos aseguraban. Nací en el barrio de San Diego un 25 de octubre de 1935. Mi vieja se llama Emilia Mercado y es de San Onofre. Una negra campesina y analfabeta. A los 12 años empecé a trabajar en la calle, vendía frutas, cocadas, enyucao, bollos, fui ayudante de mecánica, de camión, de albañilería. Hice hasta tercero de primaria en un colegio nocturno del maestro Meza, un borrachín, que quedaba en la calle de La Paz en Torices”.

 “Yo jugaba béisbol en el campo de Santa Rita, donde hoy está el mercado. Por ahí yo vivía, y un día un boxeador llamado ‘Canencia’ me llevó al gimnasio de ‘Chico de Hierro’ en Calle Nueva de El Espinal. Así empezó todo. Tenía 17 años. A ‘Chico’ le gustó mi forma y dijo, este muchacho es bueno y es guapo. Ahí hay algo. Y me olvidé del béisbol. Debuté  contra Al Ortega II por veinte pesos y noqueé en tres asaltos. Fue la misma noche en que “Dinamita Pum” fulminó en el primer asalto al “Tiburón de Marbella”. “Antes que se me olvide te digo que quien pulió mi estilo fue el cubano Mario Coll. Me enseñó las combinaciones y el paso lateral a la izquierda. Esa era mi forma de pelear”.

 “Después le gané dos veces a ‘Kid Colombia’ y a ‘Cartagenita Kid’, a ‘Dinamo Colombo’ y a ‘Baby’ García tres veces, cada uno. Te voy a contar una anécdota de la tercera pelea con el ‘Baby’. Resulta que ya nos conocíamos tanto que ambos pasábamos todos los golpes que nos tirábamos, y la gente empezó a creer que eso estaba arreglado, entonces nos comenzaron a tirar monedas al ring y el árbitro paró la pelea. Nos llevaron a la policía, nos interrogaron y a la final me dieron treinta y cinco pesos, cuando la bolsa era de setenta”.

Sigamos escuchando a este guerrero de los ensogados, porque sus testimonios son toda una película. “Me fui para el ejército, estuve en Barranquilla, ahí me daban permiso para salir a pelear, pero esa libreta militar si me salió cara. Imagínate que el Mayor era el que recibía el dinero de la bolsa de mis peleas y se quedaba con la mitad. En pocas palabras, tenía un socio. Yo si he sido un hombre bien sufrido”.
“La herida más grande que tuve en el boxeo me la abrió él el palenquero “Jack” Hernández. Las peleas más difíciles fueron con el venezolano ‘Chivo Negro’ en Caracas y en Barranquilla. Nunca me tumbó en 20 asaltos, pero fue el que más me golpeó en mi carrera”.

Dos peleas que entraron a la galería de los desafíos memorables disputados en Cartagena, los cuales estremecieron los cimientos del Circo Teatro, fueron las batallas libradas por Rossito y Elías Liàn.  En el término de 38 días combatieron veinte asaltos de pura candela, y quienes tuvieron la suerte de ser testigos de ese par de lidias, las llevan en el recuerdo como huella imborrable.

La primera fue denominada la “Pelea del año”, y se celebró el 22 de septiembre de 1961. Cada uno gano dos mil pesos, la bolsa más alta que jamás se había pagado en el boxeo nacional a un boxeador. Fue una entrada récord. La pelea se decretó empatada, el público protestó, había visto ganador al “maestro”. Llegó la segunda, ahora cada uno cobro cuatro mil pesos. Desde el segundo asalto un fuerte aguacero acompañó a los pugilistas.  “Lo castigué duro y parejo. Le anulé la izquierda, en el decimo casi lo noqueo. Fue un derroche de técnica y coraje”.

Había aparecido en escena Bernardo Caraballo, pero el número uno del momento lo era Rossito. Se decía que era el boxeador más cercano a la perfección en la historia del pugilismo colombiano.
“El rato más agradable de mi vida fue cuando le gané al filipino Bert Somodio en Cali, quien era el primero del mundo Yo era octavo en el ranking. El público gritaba por el bello espectáculo que dábamos, pero me tumbó y la gente se calló por arte de magia. Pero ese fue el peor error de Somodio. Es que a mi cuándo me tumbaban me convertía en una fiera. Lo sacudía por todas partes, no me vio más, y nunca más sirvió para el boxeo yo lo retiré. Por ese triunfo subí al primer puesto en los welter juniors”.

“Entonces me fui con Caraballo y Sócrates Cruz a Filipinas. Eso fue en el 64. Hice dos peleas sangrientas. Con Arthur Presley, un negro cabeza pelada, dejamos la lona de color sangre, salí cortado y perdí; con Peñalosa me la empataron, eso fue un robo descarado, ambos terminamos en el hospital. “Me vine en un barco azucarero de Araneta hasta Panamá y dure 28 días en el mar porque Sócrates me dejo tirado, vomitando lo que comía. Cuando llegue aquí, mi suegro me tenía la pelea firmada con Eddie Perkins, que era el campeón, en Bogotá, pero no por el título. Yo no quería esa pelea, no estaba entrenado, fundido, pero me obligó y Perkins me dio un paseo perdí lejos, ya que la altura, el clima y la falta de piernas me mataron”. “En otras condiciones jamás me hubiera ganado”.

“Luego se firmó la pelea por el campeonato con el ‘Morocho’. Eso fue en Maracaibo, me pararon la pelea en el quinto. Filemón y Sócrates se confabularon con el médico. Después cogí la pelea con Rodrigo Valdez y me la empataron. Lo partí todo, yo gané esa pelea, pero para protegerlo a él, dieron ese resultado. Ya medio retirado me enfrenté a Germán Gastelbondo y por un golpe de suerte en el último round, me ganó por nocaut, pero yo le iba ganando”.

Aquel combate fue la pelea del maestro y el alumno. La juventud se impuso, el ocaso había llegado al otrora indomable guerrero. Rossito ya se había ganado un sitial en la historia del pugilismo colombiano. Su epitafio estaba escrito. El púgil del castigo implacable, el de la rapidez y seguridad con que atormentaba a sus contrarios, el de la furia salvaje que atemorizaba a los más valientes, el que hacia aparecer a sus rivales por buenos que fueran en unos infelices principiantes, había llegado al fin de su carrera.

“La plata que me ganaba nunca la veía. Filemón Cañate me daba unos pesos y el resto se lo cogía, lo mismo Sócrates, se quedaban con ella. Es verdad que malgasté en farras pero ellos se quedaron con el botín. “Si naciera otra vez sería nuevamente boxeador. Ahora todo es más fácil, hasta pelear por un título, antes llegar al ranking era una odisea. Yo hoy sería campeón sobrado”.


 “Se apareció un peruano llamado Enrique Dinatali. Me llevaba trece libras y Filemón Cañate, mi suegro, me engañó diciendo que él iba a rebajar. Eso fue mentira, perdí; pero dos meses después tiraron la revancha a 12 rounds y peleamos el cinturón Ciudad de Cartagena. Eso fue de toma y dame. En el último asalto le metí un gancho a la barbilla y un rectó abajo. Se cayó como una papaya y no se paró más, quedó listo”. “Yo peleaba entre las 130 y las 160 libras, regalando libras y rebajando como loco, sin control alguno”.

Hoy vive Rossito el peor round. Lucha contra la vida, por la supervivencia. Fue víctima de la trombosis. Está ciego. No tiene con qué comer, y el que  abrió la ruta de los títulos mundiales que inicio ‘Pambelé”, es hoy apenas un 120 libras. Una sombra de la gloria. Qué cruel es el destino.

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